Hace 7 días a está hora empecé a seguir por internet la cobertura que distintos medios de comunicación le dieron a la jornada electoral estadounidense. Los primeros resultados no desafiaban a las múltiples proyecciones que le daban la victoria a la candidata demócrata Hillary Clinton. En ese momento era imposible pensar que el candidato republicano, habiendo roto prácticamente todas las reglas no escritas de lo políticamente correcto, llegaría a derrotar a su contrincante, y sin embargo, conforme la noche avanzaba, los politólogos y demás analistas de la vida pública, tuvimos que comenzar a pensar posibles explicaciones para lo inexplicable.
Como todo fenómeno social el triunfo de Donald tiene múltiples causas, entre ellas destacan: su discurso antisistema construido con ideas simples; el descontento de un gran sector estadounidense, que se siente amenazado por las crecientes minorías étnicas; la falta de carisma de su contrincante; su profundo conocimiento de la mercadotecnia y del manejo de los medios de comunicación masiva. Gracias a estos y a otros factores el presidente electo de los Estados Unidos es un hombre que ha manifestado ideas racistas, misóginas, ultraconservadoras y con reflejos autoritarios.
Ante está nueva realidad algunos analistas sostienen que el sistema político estadounidense es tan sólido que puede contener e incluso neutralizar los impulsos y ocurrencias de Donald. Otros analistas argumentan que Donald puede destruir la democracia moderna más poderosa del mundo y convertirse en la nueva versión de Hitler.
En mi opinión, lo que ha logrado Donald es volver a legitimar el racismo dentro de la sociedad estadounidense, gracias a lo anterior Donald puede decir “no respeto ni respetaré los derechos de la minoría, y sin embargo, gané”
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