La semana pasada, antes de que surgiera un asunto laboral que requería mi atención inmediata, di a conocer mi preocupación por un evidente proceso de polarización en la sociedad mexicana, principalmente relacionado con el reconocimiento o la negación de lo que las personas liberales y progresistas llamamos derechos de las minorías.
Últimamente la discusión se ha basado en que si el Estado debe o no impartir educación dirigida para fomentar el respeto a la diversidad. La campaña titulada “No te metas con mis hijos” esencialmente argumenta que el gobierno debe respetar el derecho de los padres o tutores a inculcar sus valores a los niños bajo su responsabilidad, particularmente en los temas relacionados con la sexualidad humana. En mi opinión las y los integrantes de la corriente liberal no pretendemos que se niegue ese derecho; lo que solicitamos es que el Estado brinde una formación, sobre todo orientada para tratar de evitar actos discriminatorios y de odio, hacia las personas que no cumplimos con los requisitos establecidos por la sociedad para considerarnos “normales”.
Debido a que tengo amistades que defienden a la postura conservadora, trato de evitar escribir sobre estos temas polémicos. Sin embargo, como integrante de un grupo minoritario sentí la obligación de redactar estas líneas con el objeto de contribuir a defender los avances que se han alcanzado, por un lado en el reconocimiento formal de algunos derechos y libertades inalienables a todo ser humano, y por otro lado en la difusión de la tolerancia como un valor indispensable para una convivencia civilizada.
Bien dicho. Tenemos que pensar que la base de la sociedad es la familia. Mejores familias, mejor sociedad. Respeto y consideracion de por medio.
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