Hace algunos días escuché a una escritora de libros infantiles, decir Que es difícil encontrar dibujos de niños con discapacidad sonriendo; según ella lo anterior se debe a que en el imaginario colectivo las personas que tenemos discapacidad generalmente aparecemos recibiendo algún tipo de rehabilitación, no en escenas de la vida cotidiana, como conviviendo con nuestras familias, transitando por las calles, estudiando o trabajando.
Concuerdo con esta apreciación, a pesar de que llevamos años, incluso décadas luchando por difundir la importancia de nuestra plena inclusión en todos los ámbitos de la vida social, todavía no hemos logrado que la mayoría de la población nos vea como iguales, con los mismos anhelos, preocupaciones y derechos. Aún en círculos académicos se escuchan a expertos diciendo en un tono ligeramente despectivo, “esas personas necesitan …” como si ellos estuvieran exentos de la posibilidad de adquirir una discapacidad.
El actual gobierno mexicano actúa bajo la creencia equivocada de que cualquier problemática social se puede resolver con transferencias directas de una cantidad escasa de dinero a las personas afectadas. Por ejemplo, para tratar de garantizar nuestra plena inclusión en la sociedad, la principal acción gubernamental es proporcionar 1150 pesos mensuales (59 dólares) a las personas con discapacidad que lo solicitan; como si aquel dinero pudiera deshacer las múltiples barreras físicas y socioculturales hacia la discapacidad que continúan fuertemente arraigadas.
Por fortuna hay personas dispuestas a proporcionarnos herramientas y oportunidades para que podamos aprovechar nuestras capacidades; si no fuera así, sería imposible que alguien con discapacidad que requiere un alto nivel de asistencia pudiera festejar que mañana primero de abril formalmente cumple 4 años trabajando para la máxima casa de estudios de México, la UNAM.